He estado unos días en Cádiz, con mi familia, en Chiclana.
Siempre, cuando llega el verano, recuerdo una frase que me dijeron hace tiempo
y resuena con fuerza en mi corazón: "Dios no se va de vacaciones".
Normalmente, durante el periodo estival, las parroquias de las grandes ciudades
y sus periferias suelen vaciarse ya que los feligreses marchan a los lugares
donde pasarán unos días de descanso, para recargar sus fuerzas tras un intenso
año de trabajo. Los grupos parroquiales se despiden hasta septiembre-octubre,
salvo excepciones como la de un grupo de oración de la Renovación Carismática
al que suelo acudir y que durante el verano sigue "abierto". En estos
meses de julio y agosto llega el tiempo de lo que llamo "parroquias de
verano".
Escribo esto tras meditar unas palabras
que dijo el sacerdote en la Eucaristía de este pasado domingo 6 de julio
mientras saludaba a los feligreses veraniegos. Coincidía el Evangelio con ese
"Venid a mí los que estáis cansados y agobiados". Se trata de una
frase central en nuestra vida como cristianos, así por lo menos lo creo. El
descanso de un cristiano no puede ser el "no hacer nada" de los
paganos, sino que es bueno llenar ese ocio con algo más, con algo que ensanche
el alma y nos acerque más a Dios. Está muy bien ir a la piscina, a la playa o a
la montaña y relajarse, claro que sí. Pero no podemos olvidarnos de que nuestro
verdadero descanso está en Dios, como decía San Agustín y también el Salmo 41
(pues nuestra alma no descansa hasta que bebe del Manantial de la vida, siempre
tenemos sed de Dios, del Dios vivo).
El verano es también un tiempo propicio
para dar testimonio de nuestra fe, sabiendo ser sobrios al divertirnos (sin
caer en gula ni borracheras), manteniendo el pudor y las formas cuando estamos
en zonas de baño y descanso (¡¡y cuando asistimos a la Eucaristía!! no toda
ropa es valida para entrar a la iglesia, y esto tanto para ellos como para
ellas). Pero, sobre todo, es un tiempo de gracia para crecer en el amor a
nuestro prójimo. Esto debe tenerse en cuenta a la hora de ir a comprar o al
pedir una consumición en el bar, por ejemplo. Debemos tener en cuenta, cuando
interactuamos con otras personas, que son seres humanos que nos atienden y no
mulas a las que puede dárseles un espuelazo. Cuántos hipócritas he visto tratar
con desdén a los camareros y luego darse golpes de pecho (y eso por no hablar
de ciertos comportamientos anticristianos que he visto en personas que se
autodenominan cristianas, que me daría para multitud de artículos, pero he
venido a dar luz y esperanza, no a cargar tintas contra otras personas). En
definitiva, debemos tratar al otro tal como nosotros queremos ser tratados. Por
cierto, en verano suele suceder que coincidimos con personas que quizá no nos
caen bien (la suegra, el cuñado...), en esos casos os pido encarecidamente
recordéis el "amad a vuestros enemigos..." pues, si no amáis a quien
os cae mal ¿Qué merito tendréis? en definitiva, demos un ejemplar testimonio de
vida cristiana también en verano.
No obstante, un pilar fundamental en
nuestra vida es la oración, pues sin la ayuda de Dios nada podemos. El Señor,
como digo, no se va de vacaciones. Siempre está ahí, en el Sagrario, en la
Santa Misa, siempre podemos darle culto y pedirle ayuda. No valen excusas como "es
que hoy (Domingo) he estado en la playa" o "en este país no entiendo
el idioma" pues aunque sea verano los preceptos de la Iglesia, y nuestro
deber de amar a Dios y al prójimo siguen vigentes. Por ello, aunque estemos muy
bien en nuestra piscina o en la playa siempre hay un momento para ir a misa o
para hacer oración, aunque se trate tan sólo de alzar la mirada al cielo y,
levantando los brazos, alabar a Dios.
Por otra parte, un aspecto donde se hace
patente nuestro testimonio cristiano es el de ofrecernos para ayudar en la
parroquia de aquel lugar donde veraneamos, especialmente si se trata de nuestro
lugar de veraneo habitual. No se trata de hacer cosas extraordinarias sino de
que cada uno, poniendo sus dones y talentos al servicio de Dios y de los hermanos,
dé gloria a Dios ofreciendo un rato de ese tiempo de ocio, también en verano.
En mi caso lo que suelo hacer es ir a una parroquia del lugar donde veraneo y
ayudar en la Eucaristía tanto acolitando como dando la Sagrada Comunión (como
ministro extraordinario). Por cierto, que allí también va algún sacerdote de mi
ciudad a pasar unos días y se acerca a esta iglesia para celebrar misa, algo
que me parece precioso pues refleja la gran familia que es la Iglesia. Los
católicos, seamos de donde seamos, somos hermanos y ayudamos a los demás allá
donde vayamos. No nos limitamos a colaborar en nuestro entorno (nuestra
parroquia) sino también en otros lugares, lo cual de alguna forma también
supone ser misionero. No hace falta ir a Perú, por ejemplo, como misionero para
tener un verano cristiano (aunque es una gran labor, por supuesto), pues
podemos ser misioneros en el pueblo o ciudad donde pasamos el verano ¿Te lo
habías planteado?
En fin, queridos lectores, espero que
paséis un feliz verano y recordad siempre que Dios no se va de vacaciones.
Cuando hagáis las maletas preparad un espacio para Él.