lunes, 10 de octubre de 2016

APAGÓN







Siempre con un respeto imponente, pero reconozco que dentro de ese respeto no le concedía apenas credibilidad a los fenómenos paranormales, a todo aquello que se escapa de la simple y más pura propiedad tangible. No se lo concedía hasta que me ocurrió el “episodio” que trataré de explicar ya con los retazos en la memoria que -de forma irremediable- quiebran el paso de los años. Desconozco si tal vivencia tiene el suficiente interés para un ya consagrado pero siempre renovado público de lo paranormal, incluso no estoy seguro que la experiencia sea en sí misma fenómeno anómalo alguno; mas sí tengo la convicción que -al menos hasta día de hoy- no le he sabido encontrar explicación alguna y que es tal mi respeto sincero y profundo hacia Víctor Caesar Bustillo, el autor de este más que interesante blog, así como la seguridad implícita de que contarlo puede nutrir de inquietudes y reflexiones a este humilde espacio, que a pesar del tiempo transcurrido me he impulsado definitivamente a la luz...o al abismo, es decir, a contarlo entre líneas.

Y el momento, experiencia, vivencia o sírvanse a su gusto el sinónimo que más plazca, ocurrió en un agradable y soleado mes de Agosto de 2013, por las mágicas tierras -y lo de mágicas no lo digo por aliñar sino por merecimiento histórico- de la provincia de Jaén. Mi eterno amigo Javier Tarifa me invitó, -como ya hiciera el año anterior- a pasar unos días en la casa propiedad de su madre, ubicada en el vasto y alargado municipio de Jódar. Y me invitó con una advertencia “En mi casa ocurren fenómenos paranormales...”, ya veremos pensaba yo en tono jocoso. Sí, eso eso, ya lo veremos unas líneas más adelante...

Entre bombas que estallaban en el paladar y que conformaban las siempre acompañantes y riquísimas tapas de la zona, disfrutábamos en las terrazas de los bares mientras formulábamos el planning sencillo y directo para visitar Bélmez de la Moraleda y su archi-famosa Casa de las Caras. Apenas veinte minutos separan ambas localidades, ocasión única pues para aprovechar y visitar un auténtico lugar de poder y enclave líder de la ciencia de lo inexplicable de nuestro tapete geográfico-histórico. Además de Javier, me acompañaban en aquel soleado día los padres, un tío materno y dos jovencísimos primos de mi amigo. Al llegar a la casa tras serpentear una pequeña cuesta que te ayuda a contemplar tan precioso pueblo, nos topamos con un pequeño y humilde cartel que indica los números de teléfono de Miguel y Diego Pereira, los dueños de la casa e hijos de María Gómez Cámara, la antigua dueña ya fallecida. Llamamos a Miguel “-Hola. Venimos de Barcelona para ver la casa de las Caras.” -”De Barcelona? (Su voz tan pueblerina como amable, deja un pequeño espacio para la emoción). Ahora
mismo voy para allí y os la enseño. En cinco minutos llego”. 

Miguel Pereira junto a "La Pava"

Y Miguel nos la enseñó, no toda la casa sino la pequeña estancia donde aparecen tan conocidos y enigmáticos rostros que, al fin y al cabo es lo interesante de la misma. La hora y pico dentro de esa estancia la recuerdo como uno de los momentos más apasionantes de mi aún corta vida. Miguel nos mostraba rostros clásicos como La Pava -la pionera de las caras que hizo acto de presencia a principios de la década de los 70 mientras María cocinaba-, rostros nuevos y emergentes, otros que parecían figuras de animales e incluso ayudándose de su teléfono móvil nos mostraba retazos de gestos y expresiones que a simple vista no se podían advertir entre una inesperada oratoria que me sorprendió y conmovió. Creo que hablo por todo el grupo si digo que al salir de aquél lugar de poder nos sentimos purificados. Recorrimos el tan hermoso pueblo deambulando con suavidad y con el rostro ocupado y liberado de emociones encontradas ante tan inexplicables caras.

Tras pasar toda la comida y buena parte del día en Bélmez, regresamos a Jódar. Salimos como siempre a disfrutar de sus incontables bares y tapas pero aquella noche nos recogimos razonablemente pronto para lo habitual en esas largas y tranquilas jornadas veraniegas. Sería aproximadamente la una de la mañana y el día me había cundido mucho más de lo esperado. Aquella noche Javier decidió sacarse el colchón y dormir afuera, para así poder taparse y disfrutar de ese viento nocturno impagable que se presenta en la provincia y en sus territorios adyacentes y que supone el mejor amigo para conciliar el sueño. Yo sin embargo estaba lo suficientemente cansado y sabía que iba a quedarme dormido pronto, muy pronto... Tras leer lo que pude, con unos ojos más generosos por combatir el cansancio que prestos a la lectura, decidí apagarlos (mis ojos) no sin antes apagar la bombilla que colgaba en el techo de la cama de mi ancha y vasta estancia.

Todo pasó en décimas de segundo y en latidos que bombearon sangre con espanto. Recuerdo decir -suelo hablar mucho para mí mismo- “Voy a apagar la luz”. Y la luz se apagó. Pero se apagó antes de apagarla yo. Se apagó con brusquedad y a los tres segundos se hizo de nuevo. La bombilla parecía retorcerse entre sus balanceos agresivos. Mi respiración hubiese sido capaz de despertar por  su volumen a toda la casa si no fuera porque cogí mi colchón y me puse a correr por la misma como nunca antes recuerdo correr. Bajaba los escalones de dos en dos hacia una planta baja en la que sentía continuamente la presencia de algo/alguien detrás mío. Una presencia incesante. Javier y sus padres, Rafael y Ramona, salieron a mi encuentro. “Daniel, qué ha pasado”. No recuerdo siquiera que les respondí al instante pero sí lo hice con el rostro absolutamente desencajado. ”La luz...La luz...”

"La Pava" y "El Pelao", las dos caras que fueron arrancadas del suelo
 
Claro está que por muy cansado que estuviera aquella noche me fue imposible dormir. A la mañana siguiente, durante el desayuno y devorando tan deliciosos jeringos del aceite inigualable jiennense, la madre de mi amigo me comentó que esa misma noche también había visto sombras y oído extraños sonidos y ruidos que parecían salir de la cocina. “¿Y pudo dormir sin problema.? ¿No le preocupa esto señora Ramona?”, “No”, me respondió. “Porque esto es nuestro pan de cada día”. Me explicó que en los más de cien años de esa casa, su propia madre ya veía todas las noches a su abuela difunta desde hace muchos años, que numerosos familiares y amigos que se habían quedado a dormir en la misma vivieron sin excepción experiencias similares y muy parecidas a la que yo mismo acababa de vivir. Mi amigo Javier se incorporó al desayuno y me apuntilló un “Te lo dije”, con el tono del que lleva ya mucha costumbre acumulada por ver invitados en su lar con el pulso tan acelerado como el mío. “¿Has visto el cuadro de la habitación de arriba en el que aparece el mítico muñeco Snoopy, con un montón de firmas de todos los que visitáis la casa?” Por supuesto recordaba ese cuadro. Firmar fue lo primero que hice al llegar al hospedarme en la habitación. “Pues entre las numerosas firmas que hay grabadas se encuentra la de un amigo de mi hermano mayor, que firma como Ita. Vivió algo parecido al apagón que has vivido pero corrió peor suerte. A la semana siguiente de firmar y estar aquí murió tras dar un mal paso y caerse al vacío mientras trabajaba de seguridad en el campo de fútbol de Sarrià donde jugaba el Espanyol.” Crujió como el sonido de un lamento mi jeringo en la boca. Nunca más volvimos a hablar del tema. Nunca más volví a encender a aquella luz. Un apagón que al fin hoy expongo, con la falsa seguridad que produce el paso de los años, pero, al fin y al cabo...un apagón desde el más allá que me hace tener fe en Bélmez, en Jódar, en la provincia entera de Jaén y en cualquier lugar de este país y mundo en el que lo paranormal encienda una bombilla. Se me hizo la luz.