Aquella
mañana del 24 de diciembre de 1223 amaneció Greccio con una bonita nevada, como
si Dios quisiera saludar con esa bendición a los pobrecillos frailes que
dormían en aquel lugar, donde tenían intención de celebrar la fiesta del
Señor.
La
devoción de San Francisco por la Natividad de Cristo le venía desde el
principio de su conversión. Algunos años después de haber conocido al Señor, en
1209, le había dicho a fray Morico, uno de sus primeros compañeros "Pecas
llamando día de Venus (pues eso significa la palabra viernes) al día
en que nos ha nacido el Niño. Ese día hasta las paredes deberían comer carne;
y, si no pueden, habría que untarlas por fuera con ella". Lo dijo
cuando el frailecillo planteó al Poverello, tras debatirlo con los demás
hermanos, si al coincidir viernes y día de Navidad se debía ayunar o no.
Además
aseguraba, según fray
Tomás Gálvez, que "Si pudiera hablar con el emperador Federico II, le
suplicaría que firmase un decreto obligando a todas las autoridades de las
ciudades y a los señores de los castillos y villas a hacer que en Navidad todos
sus súbditos echaran trigo y otras semillas por los caminos, para que, en un
día tan especial, todas las aves tuvieran algo que comer. Y también pediría,
por respeto al Hijo de Dios, reclinado por su Madre en un pesebre, entre la
mula y el buey, que se obligaran esa noche a dar abundante pienso a nuestros
hermanos bueyes y asnos. Por último, rogaría que todos los pobres fuesen
saciados por los ricos esa noche". Yo secundo esas palabras de mi
Seráfico Padre aunque, como dice un buen amigo mío, me lloverían críticas
incluso de algunos que se dicen católicos aunque, obviamente, tengo temor de
Dios pero no temor de los hombres.
Según Tomás de Celano, el primero de los biógrafos del gran
santo italiano, "La suprema aspiración de Francisco, su más vivo deseo
y su más elevado propósito, era observar en todo y siempre el Santo Evangelio y
seguir la doctrina de nuestro Señor Jesucristo y sus pasos con suma atención,
con todo cuidado, con todo el anhelo de su mente, con todo el fervor de su
corazón. En asidua meditación recordaba sus palabras y con agudísima
consideración repasaba sus obras. Tenía tan presente en su memoria la
humildad de la encarnación y la caridad de la pasión que difícilmente podía
pensar en otra cosa. Digno de recuerdo y de celebrarlo con piadosa memoria es
lo que hizo tres años antes de su gloriosa muerte cerca de Greccio, el día de
la natividad de nuestro Señor Jesucristo. Vivía en aquella comarca un hombre,
de nombre Juan, de buena fama y de mejor tenor de vida, a quien el
bienaventurado Francisco amaba con amor singular, pues siendo de noble familia
y muy honorable despreciaba la nobleza de la sangre y aspiraba a la nobleza del
espíritu.". Tal como reiteraré a lo largo del artículo, el hecho de
la santidad de Juan de Greccio, reconocida por alguien como San Buenaventura,
es lo que da credibilidad a este relato, aunque hoy en día cierta
historiografía pretenda quitar relevancia a lo ocurrido en Greccio en aquella
noche.
Continúa
Celano relatando que todo comenzó: "Unos quince días antes de la
navidad del Señor, el bienaventurado Francisco llamó (a Juan de Greccio),
cómo solía hacerlo con frecuencia, y le dijo: -Si quieres que celebremos en
Greccio esta fiesta del Señor, date prisa en ir allá y prepara prontamente lo
que yo te voy a indicar. Deseo celebrar la memoria del niño que nació en Belén,
y quiero contemplar de alguna manera con mis ojos lo que sufrió en su invalidez
de niño, cómo fue reclinado en el pesebre y como fue colocado sobre heno entre
el buey y el asno-". Por su parte San Buenaventura informa en su
Leyenda Mayor que "Para que dicha celebración no pudiera ser tachada
de extraña novedad, pidió antes licencia al sumo pontífice y, habiéndola
obtenido, hizo preparar un pesebre con el
heno correspondiente y mandó traer al lugar un buey y un asno".
Juan de Greccio, narra Celano, corrió presto a preparar en el lugar señalado
cuanto el Santo le había indicado.
Aquellos
fueron días de intenso trabajo para Juan, quien de forma eficaz consiguió
tenerlo todo listo para la santa, bendita y mágica noche. San Francisco, por su
parte, permaneció durante esas jornadas en un clima de profunda oración. Cada
día se retiraba a su cueva favorita, cerca de la Porciúncula, acaso una remembranza
de aquella cuevecita de Belén, para orar y para meditar sobre el gran misterio
con el que comienza nuestra fe: el nacimiento del Hijo de Dios, aquel que le
había llamado unos años antes a su seguimiento: "Francisco, Francisco...
¿Quién te puede ayudar más, el señor o el siervo?". Esto
aconteció en aquella noche de Espoleto donde su vida cambiaría
para siempre., pasando de ser "El rico Francisco" al "Poverello
de Asís".
Prosigue
Tomás de Celano diciendo que "Llegó el día, día de alegría, de
exultación. Se citó a hermanos de muchos lugares, hombres y mujeres de la
comarca, rebosando de gozo, que prepararon, según sus posibilidades, cirios y
teas para iluminar aquella noche que, con su estrella centelleante, iluminó
todos los días y años. Llegó, en fin, el Santo de Dios y, viendo que todas las
cosas estaban dispuestas, las contempló y se alegró. Se prepara el pesebre, se
trae el heno, y se colocan el buey y el asno. Allí la simplicidad recibe honor,
la pobreza es ensalzada, se valora la humildad, y Greccio se convierte en una
nueva Belén. La noche resplandece como el día, noche placentera para los
hombres y para los animales. Llega la gente y, ante el nuevo misterio, saborean
nuevos gozos. La selva resuena de voces y las rocas responden a los himnos de
júbilo. Cantan los hermanos las alabanzas del Señor y toda la noche transcurre
entre cantos de alegría. El santo de Dios está de pie ante el pesebre,
desbordándose en suspiros, traspasado de piedad, derretido en inefable gozo. Se
celebra el rito solemne de la misa sobre el pesebre y el sacerdote goza de
singular consolación
El Santo de Dios viste los ornamentos de diácono, pues lo
era, y con voz sonora canta el santo Evangelio. Su voz potente y dulce, su voz
clara y bien timbrada, invita a todos a los premios supremos. Luego predica al
pueblo que asiste, y tanto al hablar del nacimiento del Rey pobre como de la
pequeña ciudad de Belén dice palabras que vierten miel. Muchas veces, al querer
mencionar a Cristo Jesús, encendido en amor, le dice el Niño de Bethleem y,
pronunciando Bethleem como oveja que bala, su boca se llena de voz; más aún, de
tierna afección. Cuando le llamaba niño de Bethleem o Jesús, se pasaba la
lengua por los labios como si gustara y saboreara en su paladar la dulzura de
estas palabras.
Se multiplicaban allí los dones del Omnipotente; un varón
virtuoso tiene una admirable visión. Había un niño que, exánime, estaba
recostado en el pesebre; se acerca el santo de Dios y lo despierta como de un
sopor de sueño. No carece esta visión de sentido, puesto que el Niño Jesús,
sepultado en el olvido en muchos corazones, resucitó por su gracia por medio de
su siervo Francisco, y su imagen quedó grabada en los corazones enamorados.
Terminada la solemne vigilia, todos retornaron a su casa colmados de alegría".
San
Buenaventura añade algunos detalles sobre esta noche cuando relata que "Son
convocados los hermanos, llega la gente, el bosque resuena de voces, y aquella
noche bendita, esmaltada profusamente de claras luces y con sonoros conciertos
de voces de alabanza, se convierte en esplendorosa y solemne.... El
varón de Dios estaba lleno de piedad ante el pesebre, con los ojos arrasados en
lágrimas y el corazón inundado de gozo. Se celebra sobre el mismo pesebre
la misa solemne en la que Francisco levita de Cristo, canta el santo
Evangelio.
Predica después al pueblo allí presente sobre el
nacimiento del Rey pobre, y cuando quiere nombrarlo -transido de ternura y
amor-, lo llama Niño de Bethlehem".
Aquella
prédica de San Francisco debió ser, sin duda, inolvidable. Los testimonios de
Celano y San Buenaventura, se
basan, como hemos visto, en el testimonio de Juan de Greccio, quien
"por su amor a Cristo había abandonado la milicia terrena y profesaba
al varón de Dios una entrañable amistad. Aseguró este caballero haber visto
dormido en el pesebre a un niño extraordinariamente hermoso al que, estrechando
entre sus brazos el bienaventurado padre Francisco, parecía querer despertarlo
del sueño. Esta visión de Juan de Greccio es digna de crédito por la
santidad del testigo y también porque "El ejemplo de Francisco,
contemplado por las gentes del mundo, es como un despertador de los corazones
dormidos en la fe de Cristo, y el heno del pesebre, guardado por el pueblo, se
convirtió en milagrosa medicina para los animales enfermos y en revulsivo
eficaz para alejar a otras clases de pestes. Así, el Señor glorificaba en todo
a su siervo y con evidentes y admirables prodigios demostraba la eficacia de su
santa oración", algo sobre lo que hablaré brevemente al final
del artículo. De momento sólo un inciso. Hoy para el mundo, para los paganos,
parece que esta noche quien viene es un tipo barbudo y gordo al que llaman Papá
Noel. No les hagáis caso, escuchad el despertador que San Francisco ha
programado para hoy, tanto en Greccio como en nuestras vidas. Quién realmente
viene es Jesucristo, viene el Niño Dios, debemos acogerle en nuestra alma.
Sería trágico para un cristiano que diésemos entrada en nuestras vidas a un
símbolo pagano mientras dejamos de lado al Niño Jesús, quien realmente nos
puede salvar. Papá Noel no salva, Jesucristo sí ¿Con quién te quedas?
¡DESPIERTA!
Lo
ocurrido en el Greccio de 1223 también nos muestra otra bella y gran enseñanza.
La Encarnación no sólo aconteció en el Belén de hace dos mil años. Se
produce día tras día en todo lugar donde un sacerdote celebra la Eucaristía y/o
donde hay un Sagrario con el Señor dentro. Sin embargo en aquella noche
inolvidable se estaba produciendo, probablemente, lo que más llenaba de gozo a
Francisco de Asís. Sobre el mismo pesebre se celebraba el sacrificio
eucarístico. Al Poverello, tanto la Eucaristía como la Encarnación le
recordaban la elección hecha por un Dios que se humilla para salvar al hombre.
El
propio Francisco decía "Ved que diariamente se humilla, como
cuando desde el trono real vino al seno de la Virgen; diariamente él mismo
viene a nosotros, en humilde apariencia; diariamente desciende desde el
seno del Padre al altar en manos del Sacerdote". Por otra parte, tal
cómo decía El Principito, lo esencial es invisible a los ojos, sólo puede verse
con el corazón. Es razonable pensar que si Juan de Greccio era, como se decía
de él, un varón lleno de Dios, el Señor le regalase esa visión que, por otra
parte, quizá estaba realmente produciéndose. Por otra parte, recordemos que el
propio San Francisco tuvo al principio de su conversión un sueño que le produjo
lágrimas de dolor y tristeza pues "El
Amor no es amado". Había tenido un sueño en el que veía una iglesia
llena de fieles rezando a Dios pero ninguno de ellos le amaba realmente, le
pedían egoístamente a Dios pero no le amaban de verdad. Por otra parte, si hubo
un santo que realmente supo nacer de nuevo, supo ver a Jesús con la sencillez
de los niños, ese fue San Francisco de Asís ¿Cómo no iba a venir de nuevo,
entre sus brazos? Sólo quien tiene la humildad y la mirada limpia y pura de un
niño puede comprender la realidad de un hecho así.
Quizá
en nuestro tiempo, con el materialismo imperante, no nos damos cuenta de lo que
realmente significa la Navidad. Para San Francisco, Santa Clara y sus coetáneos
tenía un profundo sentido cristiano, eran verdaderamente conscientes de que en
aquella noche todo el protagonismo debía ser para aquel niño, Jesús de Nazaret,
que nació en Belén. Ellos veían, de forma clara y meridiana, la trascendencia
de aquel acontecimiento donde todo un Dios, el Creador de cielo y tierra, el
Rey del Universo, aquel que es el principio y fin de todo lo que existe...
aparecía ante los hombres con su propia humanidad, se rebajaba a nuestra
imperfección y compartía con nosotros todo lo que a nuestra humanidad
concierne, exceptuando el pecado. Aquel Niño que lloraba, reía, jugaba, tenía
frío, sentía calor... ese Niño que años después daría la vida para salvarnos.
San Francisco de Asís quedaba transfigurado cuando meditaba, en la soledad de
la cueva o en una iglesia, sobre lo que significaba la Encarnación del Hijo de
Dios. Según Giovanni Miccoli, quien ha estudiado los escritos de Francisco
"La Encarnación encuentra su cumplimiento en la Pascua: En la cena,
con el ofrecimiento del pan y el vino -que se perpetúan en forma de sacramento,
hasta el final de los tiempos-, en la pasión y muerte, con la total sumisión
del Hijo a la voluntad del Padre". Si, eso lo comprendía muy bien un
Francisco que años después se iba a configurar plenamente a Jesucristo al
recibir, en el Alvernia, las Huellas de la Pasión, aquellas llagas de dolorosa
bendición que le vinieron hacía el final de su vida, momento en el que
comprendió que "La cruz desvela el sentido profundo de la Encarnación",
como decía el propio Miccoli.
Pero
para la Pasión faltaba aún mucho en aquel Belén de hace dos mil años, dejemos al
Niño Jesús dormir tranquilo en manos de su bendita Madre mientras tanto. Para
San Francisco aunque el Señor realizó la Salvación en otras solemnidades
(Semana Santa y Pascua), esta en realidad comenzó con su Nacimiento. Hablemos,
por ello, de la luz, contaba Tomás de Celano que "hombres y mujeres de
la comarca, rebosando de gozo, prepararon, según sus posibilidades, cirios y
teas para iluminar aquella noche que, con su estrella centelleante, ilumina
todos los días y años". Según cuenta Fray
Hipólito Barriguín, en aquella época era costumbre reforzar la iluminación de
los templos durante la noche de Navidad para presentar de forma fulgurante
aquel acontecimiento. Menciona este fraile el Liber usuum Ecclesiae Cusentinae,
escrito por Luca de Casamari (Arzobispo de Consenza) quien reseña la
iluminación, en aquella catedral, del altar de San Juan Bautista, donde se celebraba
la "Misa del Gallo". Para ello se añadían candelabros de hierro,
antorchas y se encendían velas en las ventanas mostrando la alegría luminosa
que envolvió en la noche de Belén a los pastores.
Según
se cuenta en la tradición franciscana, el Poverello "habló con
palabras que vierten miel", debió ser una homilía que conmovió a los
presentes en aquella celebración, los cuales volvieron a casa llenos de
alegría. Hay quien dice que en aquella noche realmente no se representó un
Belén, como hemos mencionado, sino que es una tradición posterior, pese a lo
relatado por San Buenaventura. Argumentan para ello, como si estuvieran dentro
de la mente del propio Santo, que no tenía por intención montar un Belén tal
como los conocemos hoy en día y se ciñen a los belenes napolitanos del siglo
XVI. Lo que no saben es que en realidad aquella noche Jesús nació de nuevo, se
volvió a hacer un niño. Se hizo niño en San Francisco de Asís, quien le acunó
con gran ternura y devoción. Es cierto que ya hacía muchos años de su
conversión y que le quedaban apenas tres años de vida terrenal. Pero aquella
noche el Niño Jesús se hizo presente en Francisco el "Alter
Christus". En aquella noche comprendió algunas cosas que hasta entonces no
había entendido en toda su plenitud y que le ayudaron a configurarse cada vez
más a Jesucristo en un camino que tendría en el Monte Alvernia su cima con la
impresión de las Llagas de la Pasión. No saben tampoco que aquella noche hubo
otra estrella guiando el recorrido, pero esta vez no fue un cometa sino
que fue el propio Jesús, bajo la forma del pan y el vino, quien guiaba a los
cristianos, de forma especial a los franciscanos, por el camino que debían
realizar para seguirlo: humildad, sencillez y alegría. Esa humildad y sencillez
que tuvo Jesucristo a su paso por la tierra y, de forma especial, la alegría de
aquel Niño en Belén sonriendo en manos de su Madre María Santísima cuando los
Magos de Oriente le llevaron oro, incienso y mirra. De ahí la gran alegría de
quienes asistieron a aquella "Eucaristía-belenística", una alegría
que les duró toda la vida y cuyos efectos fueron visibles
durante generaciones.
Termina
Celano su relato diciendo que "Se conserva el heno colocado sobre el
pesebre, para que, como el Señor multiplicó su santa misericordia, por su medio
se curen jumentos y otros animales. Y así sucedió en efecto: muchos animales de
la región circunvecina que sufrían diversas enfermedades, comiendo de este heno
curaron de sus dolencias. Más aún, mujeres con partos largos y dolorosos,
colocando encima de ellas un poco de heno, dan a luz felizmente. Y lo mismo
acaece con personas de ambos sexos: con tal medio obtienen la curación de
diversos males".
¿Y
qué pasó con el lugar del pesebre? nos responde Celano: "fue luego
consagrado en templo del Señor: en honor del beatísimo padre Francisco se
construyó sobre el pesebre un altar y se dedicó una iglesia, para que, donde en
otro tiempo los animales pacieron el pienso de paja, allí coman los hombres de
continuo, para salud de su alma y de su cuerpo, la carne del Cordero Inmaculado
e Incontaminado, Jesucristo Señor Nuestro, quien se nos dio a sí mismo con sumo
e inefable amor y que vive y reina con el Padre y el Espíritu Santo y es Dios
eternamente glorioso por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya. Aleluya".
Sigamos
pues, queridos hermanos, el ejemplo de San Francisco de Asís y dejemos que en
esta bendita y mágica noche Jesús nazca de nuevo en nuestros corazones, que él
transforme nuestras vidas llenándonos de paz, de sencillez, de humildad y nos
santifique. Recordemos las palabras de Benedicto XVI, quien decía que "La
Pascua había concentrado la atención sobre el poder de Dios que vence la
muerte, inaugura una nueva vida y enseña a esperar en el mundo futuro. Con San
Francisco y su belén se ponían de relieve el amor inerme de Dios, su humildad y
su benignidad, que en la Encarnación del Verbo se manifiesta a los hombres para
enseñar un modo nuevo de vivir y de amar". En definitiva, San
Francisco nos enseñó el amor a la humanidad de Cristo y la certeza de que Él
nos sale al encuentro como un niño recién nacido. Salgamos al encuentro de
Jesucristo en esta bendita noche. Debemos arroparlo con el calor de nuestra
alma, dejarle entrar en ella para que nos colme de bendiciones y nos ayude a
poner toda nuestra vida en sus manos. Jesús, aquel Niño que nació hace dos mil
años en Belén, Hijo de Dios, nacido en el seno de la Virgen María e hijo
adoptivo de San José es, y debemos ser conscientes de ello, el Amigo que nunca
falla.
Os
deseo que paséis una santa nochebuena y una muy feliz Navidad de nuestro Señor.
Termino con la Bendición de San Francisco:
“El
Señor os bendiga y os guarde; ilumine su rostro sobre vosotros y tenga
misericordia de vosotros, vuelva a vosotros su rostro y os conceda la paz”.
El
Señor os bendiga, hermanos míos, PAX ET BONUM
Fuentes
documentales: http://www.franciscanos.es/index.php/ofm-santiago/san-francisco/44-vida-y-carisma/308-francisco-de-asis-y-el-belen-de-greccio
http://www.franciscanos.org/enciclopedia/navidad1223.html
http://www.fratefrancesco.org/esp/navid.htm
http://paradagamez.blogspot.com.es/2011_12_01_archive.html
http://agolpesdecincel.blogspot.com.es/2010/12/san-francisco-de-asis-y-la-tradicion-de.html