Por Dani Arrébola
Siempre con un
respeto imponente, pero reconozco que dentro de ese respeto no le concedía
apenas credibilidad a los fenómenos paranormales, a todo aquello que se escapa
de la simple y más pura propiedad tangible. No se lo concedía hasta que me
ocurrió el “episodio” que trataré de explicar ya con los retazos en la memoria
que -de forma irremediable- quiebran el paso de los años. Desconozco si tal
vivencia tiene el suficiente interés para un ya consagrado pero siempre
renovado público de lo paranormal, incluso no estoy seguro que la experiencia
sea en sí misma fenómeno anómalo alguno; mas sí tengo la convicción que -al
menos hasta día de hoy- no le he sabido encontrar explicación alguna y que es
tal mi respeto sincero y profundo hacia Víctor Caesar Bustillo, el autor de
este más que interesante blog, así como la seguridad implícita de que contarlo
puede nutrir de inquietudes y reflexiones a este humilde espacio, que a pesar
del tiempo transcurrido me he impulsado definitivamente a la luz...o al abismo,
es decir, a contarlo entre líneas.
Y el momento,
experiencia, vivencia o sírvanse a su gusto el sinónimo que más plazca, ocurrió
en un agradable y soleado mes de Agosto de 2013, por las mágicas tierras -y lo
de mágicas no lo digo por aliñar sino por merecimiento histórico- de la
provincia de Jaén. Mi eterno amigo Javier Tarifa me invitó, -como ya hiciera el
año anterior- a pasar unos días en la casa propiedad de su madre, ubicada en el
vasto y alargado municipio de Jódar. Y me invitó con una advertencia “En mi
casa ocurren fenómenos paranormales...”, ya veremos pensaba yo en tono
jocoso. Sí, eso eso, ya lo veremos unas líneas más adelante...
Entre bombas que
estallaban en el paladar y que conformaban las siempre acompañantes y riquísimas
tapas de la zona, disfrutábamos en las terrazas de los bares mientras
formulábamos el planning sencillo y directo para visitar Bélmez de la Moraleda
y su archi-famosa Casa de las Caras. Apenas veinte minutos separan ambas
localidades, ocasión única pues para aprovechar y visitar un auténtico lugar de
poder y enclave líder de la ciencia de lo inexplicable de nuestro tapete
geográfico-histórico. Además de Javier, me acompañaban en aquel soleado día los
padres, un tío materno y dos jovencísimos primos de mi amigo. Al llegar a la
casa tras serpentear una pequeña cuesta que te ayuda a contemplar tan precioso
pueblo, nos topamos con un pequeño y humilde cartel que indica los números de
teléfono de Miguel y Diego Pereira, los dueños de la casa e hijos de María Gómez
Cámara, la antigua dueña ya fallecida. Llamamos a Miguel “-Hola. Venimos de
Barcelona para ver la casa de las Caras.” -”De Barcelona? (Su voz tan
pueblerina como amable, deja un pequeño espacio para la emoción). Ahora
mismo voy
para allí y os la enseño. En cinco minutos llego”.
Miguel Pereira junto a "La Pava" |
Y Miguel nos la
enseñó, no toda la casa sino la pequeña estancia donde aparecen tan conocidos y
enigmáticos rostros que, al fin y al cabo es lo interesante de la misma. La
hora y pico dentro de esa estancia la recuerdo como uno de los momentos más
apasionantes de mi aún corta vida. Miguel nos mostraba rostros clásicos como La
Pava -la pionera de las caras que hizo acto de presencia a principios de la
década de los 70 mientras María cocinaba-, rostros nuevos y emergentes, otros que
parecían figuras de animales e incluso ayudándose de su teléfono móvil nos
mostraba retazos de gestos y expresiones que a simple vista no se podían
advertir entre una inesperada oratoria que me sorprendió y conmovió. Creo que
hablo por todo el grupo si digo que al salir de aquél lugar de poder nos
sentimos purificados. Recorrimos el tan hermoso pueblo deambulando con suavidad
y con el rostro ocupado y liberado de emociones encontradas ante tan
inexplicables caras.
Tras pasar toda
la comida y buena parte del día en Bélmez, regresamos a Jódar. Salimos como
siempre a disfrutar de sus incontables bares y tapas pero aquella noche nos
recogimos razonablemente pronto para lo habitual en esas largas y tranquilas
jornadas veraniegas. Sería aproximadamente la una de la mañana y el día me
había cundido mucho más de lo esperado. Aquella noche Javier decidió sacarse el
colchón y dormir afuera, para así poder taparse y disfrutar de ese viento
nocturno impagable que se presenta en la provincia y en sus territorios adyacentes
y que supone el mejor amigo para conciliar el sueño. Yo sin embargo estaba lo
suficientemente cansado y sabía que iba a quedarme dormido pronto, muy
pronto... Tras leer lo que pude, con unos ojos más generosos por combatir el
cansancio que prestos a la lectura, decidí apagarlos (mis ojos) no sin antes
apagar la bombilla que colgaba en el techo de la cama de mi ancha y vasta
estancia.
Todo pasó en
décimas de segundo y en latidos que bombearon sangre con espanto. Recuerdo
decir -suelo hablar mucho para mí mismo- “Voy a apagar la luz”. Y la luz
se apagó. Pero se apagó antes de apagarla yo. Se apagó con brusquedad y a los
tres segundos se hizo de nuevo. La bombilla parecía retorcerse entre sus
balanceos agresivos. Mi respiración hubiese sido capaz de despertar por su volumen a toda la casa si no fuera porque
cogí mi colchón y me puse a correr por la misma como nunca antes recuerdo
correr. Bajaba los escalones de dos en dos hacia una planta baja en la que
sentía continuamente la presencia de algo/alguien detrás mío. Una presencia
incesante. Javier y sus padres, Rafael y Ramona, salieron a mi encuentro. “Daniel,
qué ha pasado”. No recuerdo siquiera que les respondí al instante pero sí
lo hice con el rostro absolutamente desencajado. ”La luz...La luz...”
"La Pava" y "El Pelao", las dos caras que fueron arrancadas del suelo |
Claro está que
por muy cansado que estuviera aquella noche me fue imposible dormir. A la
mañana siguiente, durante el desayuno y devorando tan deliciosos jeringos del
aceite inigualable jiennense, la madre de mi amigo me comentó que esa misma
noche también había visto sombras y oído extraños sonidos y ruidos que parecían
salir de la cocina. “¿Y pudo dormir sin problema.? ¿No le preocupa esto
señora Ramona?”, “No”, me respondió. “Porque esto es nuestro pan
de cada día”. Me explicó que en los más de cien años de esa casa, su propia
madre ya veía todas las noches a su abuela difunta desde hace muchos años, que
numerosos familiares y amigos que se habían quedado a dormir en la misma
vivieron sin excepción experiencias similares y muy parecidas a la que yo mismo
acababa de vivir. Mi amigo Javier se incorporó al desayuno y me apuntilló un “Te
lo dije”, con el tono del que lleva ya mucha costumbre acumulada por ver
invitados en su lar con el pulso tan acelerado como el mío. “¿Has visto el
cuadro de la habitación de arriba en el que aparece el mítico muñeco Snoopy,
con un montón de firmas de todos los que visitáis la casa?” Por supuesto
recordaba ese cuadro. Firmar fue lo primero que hice al llegar al hospedarme en
la habitación. “Pues entre las numerosas firmas que hay grabadas se
encuentra la de un amigo de mi hermano mayor, que firma como Ita. Vivió algo
parecido al apagón que has vivido pero corrió peor suerte. A la semana
siguiente de firmar y estar aquí murió tras dar un mal paso y caerse al vacío
mientras trabajaba de seguridad en el campo de fútbol de Sarrià donde jugaba el
Espanyol.” Crujió como el sonido de un lamento mi jeringo en la boca. Nunca
más volvimos a hablar del tema. Nunca más volví a encender a aquella luz. Un
apagón que al fin hoy expongo, con la falsa seguridad que produce el paso de
los años, pero, al fin y al cabo...un apagón desde el más allá que me hace
tener fe en Bélmez, en Jódar, en la provincia entera de Jaén y en cualquier
lugar de este país y mundo en el que lo paranormal encienda una bombilla. Se me
hizo la luz.
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