En estos días estamos viendo como el Señor, en el Evangelio, nos interpela de una manera bastante potente. Siempre lo hace, pero en esta ocasión nos habla a nosotros, cristianos del siglo XXI, de forma clara y concisa. Ayer, 17 de febrero, avisaba de que “ningún signo se le dará a esta generación”. Hoy, 18, nos ha preguntado si nos hemos enterado de algo. Me parece curioso un detalle, en realidad a aquella generación si recibió un signo, el más importante de todos: el Hijo de Dios se hizo semejante a nosotros, menos en el pecado, para salvarnos.
Hoy, cuando han pasado casi dos mil años, nos pregunta si nos hemos enterado de algo. Seguramente, si Jesús viniera a cada uno de nosotros, y nos preguntase “¿Has entendido algo de lo que te he enseñado?” Le responderíamos, casi sin pensarlo, que si, que lo entendemos. Pero si vemos la historia de la humanidad podemos ver que en realidad no hemos entendido su mensaje. A lo largo de estos dos milenios se ha tergiversado en muchas ocasiones el mensaje de Cristo (mediante herejías, actos humanos poco caritativos, etc.). En la actualidad esto sigue ocurriendo. Vivimos en un mundo donde son frecuentes las guerras, donde hay una crisis económica mundial provocada por el egoísmo de quienes manejan las finanzas, donde el otro día fallecieron unos seres humanos intentando entrar a Ceuta a lo cual respondemos, en vez de entristecernos por la muerte de unas personas, con frialdad e, incluso, para frivolizar y ganar réditos electorales. Estamos anestesiados frente a los sucesos dramáticos que cada día suceden, por ello observamos las noticias cómo si estuviéramos viendo una película.
Vemos, además,, la realidad desde una perspectiva, bajo mi punto de vista, anticristiana. Es muy común, cuando ocurre algo trágico (atentado, catástrofe…) que nos cuestionemos “¿Donde está Dios?” Pero no somos capaces de ver que Dios está acompañando al que sufre y, también, en aquellos que rápidamente acude en ayuda de quienes padecen ese sufrimiento. Vemos las obras que el Señor realiza en nuestra vida, bien sea a través de las relaciones familiares o amistosas, bien en pequeños detalles como el sol que cae en una tarde mientras paseamos, la paz interior que sentimos delante del Santísimo o cualquier otro hecho reconfortante para nuestra alma. Sin embargo, estamos más atentos a la levadura de los fariseos, escuchamos más a quienes sólo ven la realidad desde un punto de vista negativo y nos dejamos contaminar por ellos. También dejamos que nos contamine esa mala levadura que podemos llamar “de la crítica destructora”, es decir el chismorreo sobre los demás (criticado por el Papa, por cierto), el insulto hacía los demás cuando nos creemos injuriados (por ejemplo mientras conducimos y un conductor nos ha hecho “la pirula”). Se trata de una levadura insana moralmo pues nos lleva a ver la paja en el ojo ajeno, sin dejarnos ver la viga que tenemos en el propio.
Otro aspecto que me parece preocupante es el de la levadura pagana con la que muchas veces contaminamos nuestra fe. Un ejemplo claro es el de ideas propias de la New Age como la reencarnación. En muchas ocasiones, conversando con personas que se consideran católicas, me han dicho que creían en la reencarnación, creencia incompatible con nuestra fe, entre otras cosas porque contradice la Resurrección de Cristo y, al mismo tiempo, la nuestra propia que acontecerá al final de los tiempos. Esto mismo se puede extrapolar a prácticas como el Yoga, el Reiki o el ocultismo, que suponen un peligro para el alma. Siempre me he preguntado cómo es posible que teniendo el mayor tesoro, Jesús Sacramentado, haya cristianos que practican Yoga. Pocas cosas dan más paz al alma humana que arrodillarse ante Jesús y contarle nuestros problemas, creedme. Cómo dice San Agustín, nuestra alma está inquieta y solo descansa cuando lo hace en el Señor. Los sucedáneos nos mantienen inquietos y despistados en nuestro caminar como cristianos.
Hay otros muchos aspectos que me hace pensar que, aunque acudamos cada domingo a misa, no nos enteramos mucho realmente de lo que dice el Evangelio. Lo ocurrido en Ceuta con esas personas que han fallecido es una muestra. Aunque es cierto que la inmigración es un tema muy complejo como para estar totalmente a favor de ella, o totalmente en contra, creo que no debemos ver estos sucesos con frialdad. No solo se trata de que unas personas hayan muerto intentando llegar a Europa, ese mismo continente que lanza globos sonda a África a través de sus medios de comunicación sobre lo bien que se vive aquí, supuestamente. Son personas que han atravesado el continente para intentar alcanzar lo que ellos creen una vida mejor, y han muerto en el intento. Se trata de algo que debería llevarnos a todos los que poblamos este planeta a cuestionarnos lo que estamos haciendo mal. ¿Cómo es posible que unas pocas, y poderosas, familias tengan más dinero que la mayor parte de la población mundial? ¿Por qué está tan mal distribuida la riqueza? Cómo digo, el problema africano es muy complejo. Pero hay cuestiones que contribuyen a su pobreza, por ejemplo que les arrebatamos sus riquezas naturales (sea extrayendo minerales o matando elefantes para llevarnos el marfil). Creemos que con darles cuatro perras se acabará con el hambre en África y, sin embargo, no nos preocupamos por enseñarles a cazar, pescar, recolectar a la vez que apoyamos regímenes dictatoriales africanos como el de Obiang en Guinea Ecuatorial.
Otro tema de actualidad que me lleva a pensar que no hemos entendido nada sobre lo que el Evangelio nos dice, es el suicidio de un joven belga, Bretch, que sufría acoso escolar. El bullying es una tragedia que ocurre en todos los países del mundo, España tampoco se libra (va a hacer 10 años del Caso Jokin). Cada día hay jóvenes que son acosados por sus compañeros de clases por cuestiones tan banales como que tienen granos, llevan gafas, están gorditos, o similares. Hay quien dice “los niños son crueles” y se queda tan pancho, pero evidentemente los padres son responsables de la educación de sus hijos, por ello ¿Qué valores se están enseñando a los niños? Desde luego no siempre aquello de “Ama a tu prójimo como a ti mismo”, ni tampoco la Regla de Oro “No hagas a otro lo que no quieres que te hagan a ti”.
En definitiva, se trata de pequeñas reflexiones que me han venido a la mente esta mañana al reflexionar el Evangelio tras su lectura. Pero hay mucho más sobre lo que podríamos escribir. Por ejemplo la superficialidad con la que vivimos nuestra vida, viviendo de un modo caótico, sometidos al imperio de la prisa y perdiendo de vista que lo verdaderamente importante de esta vida es Dios. Lo demás puede ir mejor, peor, pero no debemos caer en un activismo frenético que nos lleve a no ver la voluntad de Dios en nuestras vidas.
Por este motivo me gustaría terminar con un pequeño consejo, algo que a mi me ayuda. Escuchemos el Evangelio a diario, meditemos sus palabras, “mastiquemos” (cómo me gusta decir) bien lo que Jesús nos enseña. Tratemos de llevar el Evangelio, lo que Jesús nos pide en él, a nuestra vida, tratemos de ser verdaderamente testimonio del Evangelio. Ser santo no es algo imposible, sólo hace falta saber escuchar la voluntad de Dios en cada momento, escuchar su Palabra y llevarla a término en nuestras vidas. Esa es la clave, pero hay que tener el oído atento y la mente activa para comprenderlo.
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