Lo que ocurrió aquel 11 de febrero de 2013 fue, sin duda, una de las noticias del año. El Papa Benedicto XVI presentaba su renuncia a seguir ejerciendo como Obispo de Roma, Vicario de Cristo en la tierra. Lo hizo delante de su colegio cardenalicio en un acto convocado con el objetivo de revelar las fechas de canonización de las beatas María Guadalupe García Zavala, mexicana, Laura Montoya, colombiana, y de los mártires italianos Antonio Primaldo y 800 compañeros suyos. Realizó el anuncio en latín, la idioma que la reportera italiana Giovanna Chirri, de la agencia de noticias ANSA, conocía, lo cual le permitió ser la primera en dar una noticia que, posteriormente, sería confirmada por el sitio web de Radio Vaticana. Benedicto XVI renunciaba, según afirmó, por haber llegado a la certeza de que sus fuerzas, debido a su avanzada edad “ya no se corresponden con las de un adecuado ejercicio del ministerio petrino“, razón por la cual renunció al ministerio de obispo de Roma, sucesor de San Pedro.
Fue uno de esos momentos históricos en que uno recuerda donde estaba y lo que hacía cuando se enteró. Me encontraba en la Facultad de Geografía e Historia de la Complutense, investigando para mi Trabajo de Fin de Máster en Historia y Ciencias de la Antiguedad (que lo hice sobre cristianización en la Hispania Tardorromana). Fue uno de esos momentos donde uno “procrastina” (es decir, pierdes el tiempo porque dices “voy a ver un momentito Internet, para relajarme“) y me metí a mi cuenta personal de Twitter, donde vi que alguien retuiteó una noticia urgente de ABC, que informaba sobre la renuncia del Papa. Mi primera reacción fue quedarme totalmente helado, no dí crédito a eso y pensé “tiene que ser una noticia falsa, un becario ha escuchado un rumor y lo ha publicado“. Lo siguiente que hice fue llamar a amigos de varios medios de comunicación, quienes me dijeron que estaban contrastando la noticia, escribí también a algunas personas que conozco en Roma. Veinte o treinta minutos después de saltar “la bomba informativa” del año alguien me escribió diciendo que la noticia había sido dada por Giovanna Chirri, periodista que se encontraba presente en el acto y que había una grabación audiovisual que en breve iba a recorrer los informativos, los cuales ya estaban emitiendo en directo. Pronto se confirmaría la noticia, con más datos, la renuncia iba a hacerse efectiva a las 20:00 de la tarde del día 28 de febrero, quedando en ese momento la sede vacante y convocándose un Cónclave en el que, como sabemos, sería elegido el Cardenal Jorge Bergoglio, arzobispo de Buenos Aires, como nuevo Papa con el nombre de Francisco.
Benedicto XVI fue “mi segundo Papa”. Mi infancia, adolescencia y el comienzo de mi juventud las viví siendo Juan Pablo II el Papa. Aún recuerdo la noche en que falleció. Aunque siempre he sido católico, 2004 fue el año donde comenzó mi conversión, donde empecé a implicarme en la vida de la Iglesia y a intentar ser mejor cristiano cada día. Apenas llevaba unos meses de conversión y la noche en que murió Juan Pablo II lloré mucho, pues aunque no siempre le había prestado tanta atención como hubiera debido, tenía mucho cariño al papa polaco. Recuerdo momentos de mi niñez rezando por su salud, cuando decían que le iban a operar. Su muerte me hizo preguntarme cómo sería el próximo Papa, quien sería y si podría llevar el timón de la Iglesia con mano sabia y santa. Conocía poco al cardenal Ratzinguer, debo admitirlo, pero lo que en aquellos días leí de él me gustó bastante. Creo que se puede, y se debe, vivir la fe desde el punto de vista de la intelectualidad y la razón. Fe y razón son conceptos indivisibles, pues están unidos necesariamente. La fe sin razón es puro sentimentalismo, la razón sin la fe pura necedad. Reconozco, sin embargo, que no era el cardenal que tenía como favorito para ser Papa, pues quería que saliera elegido el Cardenal Amigo, ya que cómo seguidor del carisma franciscano, siempre me ha gustado mucho todo lo concerniente al franciscanismo, y creía que el Arzobispo de Sevilla podía hacerlo bien como Papa. Hubo algo en aquella tarde realmente curioso, que siempre he interpretado cómo una señal de lo que iba a ser aquel pontificado. Mi sobrina mayor acababa de nacer. Yo estaba cuidando de ella mientras veía por la televisión lo que contaban del Cónclave. De pronto empezó a salir humo blanco de la chimenea y mi sobrina se despertó llorando pues, como bebé que era, tenía entonces que alimentarse cada ciertas horas, derecho que reclamó. Sentí que ese llanto por hambre de alguna manera estaba transmitiendo el hambre de Dios que hoy en día tiene la humanidad y la necesidad de alimentar, tanto espiritualmente como intelectualmente, al pueblo cristiano. Cuando salió al balcón el cardenal Ratzinguer y dijeron que recibía por nombre el de Benedicto XVI pensé “aquí está el santo intelectual que necesita ahora mismo la Iglesia” y me estremecí, desde ese preciso momento pasaba a ser “Mi Papa”, a quien siempre he defendido, especialmente ante las mentiras que sobre él se han afirmado desde ciertos círculos.
Fueron años donde aprendí más que en toda mi vida sobre cristianismo, sobre la Iglesia, donde realmente conocí lo que Jesús enseña en el Evangelio. Crecí espiritualmente, me alimenté con las palabras de un autentico santo, un hombre bueno que, además de enseñar, oraba por la cristiandad. Siempre me gustó aquella frase “a Juan Pablo II la gente iba a verle, a Benedicto XVI a escucharle“. Le vi, y escuché, personalmente en varias ocasiones. En la JMJ de Colonia, donde nos impulsó a realizar una “Revolución de los santos”, la auténtica revolución, aquella que comenzó hace 2000 años y que tiene el poder de transformar la humanidad si nos dejamos impregnar por el agua que nos da Cristo con su Palabra y con los Sacramentos. Le vi también en Valencia, durante la Jornada Mundial de las Familias, donde nos pidió a los españoles defender la familia, auténtico bastión de la sociedad (gracias a la estructura familiar mucha gente que lo está pasando mal puede, al menos, sobrevivir). Me emocionó escucharle en 2007, cuando acudí a Castelgandolfo junto con miles jóvenes de la Archidiócesis de Madrid (yo acudí como diocesano de Getafe) y Benedicto XVI nos invitó a “seguir la senda que Él os indique, con generosidad y confianza, sabiendo que, como bautizados, todos todos sin distinción estamos llamados a la santidad y a ser miembros vivos de la Iglesia en cualquier forma de vida que nos corresponda“. En 2009 acudí, con el Seminario de Getafe (pues entonces me estaba planteando la vocación sacerdotal) y estuvimos en el Ángelus con el Santo Padre, donde también insistió en esa búsqueda de la santidad y en llevar el mensaje de Jesús hasta los confines del mundo. Por último, un momento único y especial, la noche de Cuatro Vientos, aquella noche donde el viento y la lluvia no pudieron asustar a los jóvenes que allí estábamos presentes, algo que emocionó al Papa, quien se mantuvo en todo momento sereno junto a nosotros y después dijo su inolvidable frase “hemos vivido una aventura juntos“, recuerdo que reaccioné sonriendo cuando le escuché decirle eso. Pocas veces he sentido tanto sobrecogimiento como aquella noche, cerca del Papa y de Jesús Sacramentado (en la maravillosa Custodia de Arfe, por cierto, no podía ser otro Papa que Benedicto quien nos bendijera con ella”). La mañana siguiente, en la Misa de Clausura, nos invitó a los jóvenes a no guardarnos a Cristo para nosotros mismos, sino que conminó a la juventud cristiana a “ir a comunicar la alegría de vuestra fe” y a caminar en y junto a la Iglesia, pues no es posible, dijo, seguir a Jesús alejado de los hermanos.
En definitiva, Benedicto XVI fue un Papa que dejó una profunda huella en mi alma con sus enseñanzas. He leído mucho sobre filosofía, sobre teología, y son pocos los que, según he visto, saben transmitir tanta sabiduría, y de una manera tan profunda, usando palabras que todo el mundo puede entender. He leído varios de sus libros, también sus encíclicas y personalmente me quedo con “Deus Caritas est” (Dios es amor), donde enseña hasta que punto nos ama el Señor y en que consiste realmente el verdadero amor. Quiero acabar mostrando mi agradecimiento. Gracias Benedicto por tu sabiduría, por tus enseñanzas, por tu testimonio de fe y vida cristiana, gracias por tu pontificado, gracias porque te enfrentaste hasta el final a ciertos lobos que nunca debieron estar en la Iglesia, gracias por ser un verdadero santo. Gracias, por último, porque sigues orando y velando por toda la Iglesia.
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